lunes, 25 de mayo de 2009

Aún así...

Haz pisoteado mis manos con alevosía
Quizás creas que las palabras que escribo pueden dañarte
Sé que sabes que haz errado rotundamente
Que mis palabras salen desde un abismo aún más tétrico
Y que aquellos ruidos van siempre acompañados de gritos
Que sin lugar a dudas desgarran mucho más fácilmente tu fragilidad

Eres para mí de cristal
Tan frágil que al más mínimo choque con el piso
Te quiebras en mil y un pedazos.
No eres la serpiente que crees ser
Tampoco la víbora que todos temen
No te regeneras ni cambias de piel
No te contraes en mi cuello
No me callas, ni me callaras.

Soy el grito que oyes por las noches
Soy la ira y el descontrol
Soy un caos, soy tu caos

No es necesario que me ahorques
Aún sin hablar sabes lo que mi mente alberga
Si entras en ella te pierdes
Soy tu amazonas de rosas
De aquellas espinadas hasta más no poder

Seré quien en el silencio te perturbara
Seré aquel que en el silencio se silenciara y aún así temerás
Seré el pantano y la hiedra
Seré el rio calmo pero a pesar de eso te llevaré a mí destino

La luz brillará tan salvajemente
Que tus pupilas se abrirán tanto como tu corazón
No las podrás cerrar y así partiremos a ciegas
Seguiremos el sendero equivocado
Nos sentaremos en su berma y esperaremos eternamente.

El tren no pasará a menos que el tiempo corra
El tiempo perdió sus piernas para correr
Y la línea férrea fue testigo de la cercenación de esas extremidades
Todos perdimos el rumbo y a pesar de aquello nos esmeramos en seguir.

No confíes solo anda... grita, corre, crea y destruye...

jueves, 21 de mayo de 2009

Árbol

Una vez oí a un árbol llorar de amor, lloraba tan desconsoladamente que sus ramas se arqueaban y en cada sollozo perdía parte de su savia, las mariposas miraban asombradas aquel cruel acontecimiento, las aves lo evitaban por lo inestable que era vivir sobre su copa; a pesar de todo sus hojas se mantenían tan rojas como de costumbre. Todo el mundo se preguntaba por qué las hojas no caían de aquellas ramas tan endebles, por que el otoño tenía piedad de él.

Un día un pequeño niño se recostó bajo el árbol, miro su tronco y logró leer lo que la savia había escrito: “Mis hojas son rojas por todo lo que tu amor hizo brotar desde mi corteza y no caen por que yo no quiero que caigan, mi amor no depende de ti ni se vuela por la distancia. Soy yo quien ama, soy yo quien sufre y soy yo quien quiere amar y sufrir, soy quien quiere sentir y quiere vivir. Mi amor siempre será mío aunque solo te lo entregué a ti.” Fue así que el pequeño niño comprendió por qué a pesar de que no tenía ni a su padre ni a su madre con él los amaba con toda el alma, se dio cuenta que el amor no es tan solo tener a la persona sino también querer tenerla, no es solo querer sino que valorar lo que se quiere, que el amor no es sentirse amado sino que solamente querer amar desde el alma y el corazón.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Aún Humano

Era 1903, en alguna de las frías noches del invierno londinense cuando Edwin van Persie un inmigrante holandés salía de la gris fábrica de latas para envasar pinturas o algún tipo de líquido no muy conocido por el puesto que nunca en su corta estancia en la factoría pudo ver algún envase lleno de algo, salía cabizbajo por un suelo tan gris como todo lo que observa a lo largo del día y solo matizado por su sombra fajo la iluminación de algún esporádico alumbrado público que lo hacía sentir tan insignificante como un paso en el cemento.

Él vivía en un pasillo en la casa de Mijaíl un compañero que había muerto al sufrir una hipotermia tras una borrachera que lo hizo dormir en la berma que colinda con la cantina, más que una casa para Edwin era un dormitorio, más que un dormitorio una cama, más que una cama un frio montón de distintos ropajes que le servían como silla, mesa y un artefacto que le permitía recostarse medio metro sobre el suelo – quizás esa sea la única diferencia- ; por ende su único lugar familiar dentro de la “Carl Silver” – nombre de la fábrica – era su diminuto espacio de trabajo de más o menos 1 x 2 metros y la letrina.

Edwin era un hombre retraído no por voluntad ni por timidez sino que por la alienada condición en la que él veía a sus compañeros, la incapacidad de cruzar palabra alguna hacía que la única melodía que el escuchaba diariamente era el sonido de los metales y uno que otro grito desgarrador de sus compañeros al sufrir accidentes, que comúnmente terminaban con las manos cercenadas y por consiguiente eran despedidos por su inutilidad para el trabajo.

Estando lejos de su familia, sin una condición de vida siquiera digna su único atisbo de felicidad o a lo menos goce estaba determinado por su orquesta cerebral que había creado donde los metales interpretaban la banda sonora de cada una de sus penurias y sus anheladas alegrías. Una noche tan común como cada una de las noches y que probablemente era la noche de una sábado – por que había oído a uno de sus compañeros murmurar que mañana le compraría un pastel a su hijo y dedicaría completamente su día a él, intentando celebrar su cumpleaños número ocho; por esto pudo inferir que era sábado ya que no existía posibilidad alguna de tener otro día libre del trabajo – tomo x tarros que saco de la fábrica y busco en el camino diversos materiales con los que podía rellenarlos. Una vez llenos busco dos lápices grafito en su maleta que lo hicieron llorar por su hijo y en muestra de su aprecio por él, los usó para interpretar aquella melodía que en realidad no era más que la producción de diversos ruidos (unos menos desagradables que otros) y termino aquella noche llorando sobre los tarros, su montón de harapos, su invariable soledad y reflexionando sobre la poca importancia que tenía el buen sonido, sino que más bien era lo único que le permitía hacer los metales de las latas menos frías que aquella noche, lo único que traía a su pequeño hijo a su lado y lo único que durante seis infernales años de trabajo lo hizo llorar, así descubrió que aún era un ser humano.