Una vez oí a un árbol llorar de amor, lloraba tan desconsoladamente que sus ramas se arqueaban y en cada sollozo perdía parte de su savia, las mariposas miraban asombradas aquel cruel acontecimiento, las aves lo evitaban por lo inestable que era vivir sobre su copa; a pesar de todo sus hojas se mantenían tan rojas como de costumbre. Todo el mundo se preguntaba por qué las hojas no caían de aquellas ramas tan endebles, por que el otoño tenía piedad de él.
Un día un pequeño niño se recostó bajo el árbol, miro su tronco y logró leer lo que la savia había escrito: “Mis hojas son rojas por todo lo que tu amor hizo brotar desde mi corteza y no caen por que yo no quiero que caigan, mi amor no depende de ti ni se vuela por la distancia. Soy yo quien ama, soy yo quien sufre y soy yo quien quiere amar y sufrir, soy quien quiere sentir y quiere vivir. Mi amor siempre será mío aunque solo te lo entregué a ti.” Fue así que el pequeño niño comprendió por qué a pesar de que no tenía ni a su padre ni a su madre con él los amaba con toda el alma, se dio cuenta que el amor no es tan solo tener a la persona sino también querer tenerla, no es solo querer sino que valorar lo que se quiere, que el amor no es sentirse amado sino que solamente querer amar desde el alma y el corazón.
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